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La reciente exhibición de su última producción, "El triunfo de la democracia", en cartelera, se convierte ahora en un testamento póstumo, una reafirmación de su compromiso con la verdad hasta el último aliento.
Opinión19 de julio de 2025 EditorialLa República Dominicana amanece hoy con un velo de tristeza. La noticia del fallecimiento de René Fortunato, uno de los más grandes documentalistas de nuestra historia audiovisual, deja un vacío inmenso en el corazón de la cultura dominicana. A sus 66 años, Fortunato nos deja no solo como un talentoso cineasta, sino como un incansable custodio de la memoria nacional, un patriota silencioso cuya cámara fue siempre un instrumento de verdad y de conciencia.
René Fortunato no concebía el cine como un mero entretenimiento o una vía para la fama; para él, fue un proyecto de vida y un compromiso social profundo. Desde sus inicios en el cine aficionado en 1974, y a lo largo de una carrera de más de tres décadas, demostró que el celuloide podía ser mucho más que una pantalla: podía ser un espejo en el que nuestra sociedad se reflejara, un aula donde las nuevas generaciones aprendieran, y un testimonio inquebrantable de los eventos que han forjado nuestra identidad.
Su obra es un pilar fundamental del cine documental dominicano y caribeño. Títulos como "Abril: La trinchera del honor", el primer largometraje documental de la región, y su magistral trilogía sobre Trujillo ("El poder del jefe I, II y III") no son solo películas; son documentos históricos vitales que han desentrañado pasajes complejos y a menudo dolorosos de nuestro pasado. Fortunato tuvo la valentía de abordar temas espinosos, de dar voz a los que no la tenían, y de presentar al público una versión de la historia libre de adornos, basada en la investigación rigurosa y la profunda comprensión de los acontecimientos. Sus documentales sobre Balaguer y Bosch también son piezas cruciales para entender el devenir político dominicano.
La reciente exhibición de su última producción, "El triunfo de la democracia", en cartelera, se convierte ahora en un testamento póstumo, una reafirmación de su compromiso con la verdad hasta el último aliento. Es irónico y a la vez conmovedor que su partida ocurra mientras su última obra sigue resonando en las salas, un eco de su inquebrantable espíritu.
René Fortunato no solo filmó la historia; la hizo accesible, la dignificó y nos obligó a confrontarla. En un país donde la memoria histórica a menudo se difumina o se manipula, Fortunato emergió como un faro de integridad. Él entendió que el cine podía ser un arma contra el olvido, una herramienta para fortalecer nuestra identidad y honrar las acciones meritorias de nuestros antepasados.
Su lucha contra el cáncer, que silenciosamente libró durante meses en CEDIMAT, demuestra su fortaleza hasta el final. Aunque su presencia física nos deja, su obra perdurará por generaciones. Sus películas seguirán siendo estudiadas, proyectadas y debatidas, sirviendo como un recordatorio constante de que el cine puede ser un agente de cambio, una forma de resistencia y, sobre todo, una expresión de amor por la patria.
Hoy, la República Dominicana despide a un patriota visual, al hombre que tenía la llave de nuestra memoria. René Fortunato nos seguirá hablando desde la pantalla, recordándonos la importancia de conocer nuestro pasado para construir un futuro más consciente y justo. Que su legado inspire a las nuevas generaciones de cineastas a seguir sus pasos, llevando la antorcha de la verdad y el compromiso social a través del arte. Descanse en paz, maestro.
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