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Ha sido norma en los países latinoamericanos el reconocimiento de una figura representativa de la trayectoria nacional que culminó en la constitución del Estado soberano.
En República Dominicana esta función simbólica se ha hecho compartir, como doctrina de Estado, por la trilogía de Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella.
El dictador Ulises Heureaux fue quien tomó esa decisión, ante requerimientos prácticos del Estado de personificar la génesis de su fundación el 27 de febrero de 1844. A raíz del proceso independentista, primero de hecho y luego de forma oficial, se había proclamado a Pedro Santana como El Libertador.
La concesión de este inmenso honor en vida fue producto de una mixtificación derivada del desconocimiento intencional de lo que había en verdad acontecido en torno al 27 de Febrero.
Pero la leyenda en torno a Santana no resistió la marcha del tiempo. Primero, fruto de sus limitadas características y la aparición de un liderazgo alternativo en Buenaventura Báez, el personaje sufrió una mengua de su indudable ascendente como pretendido garante ante el peligro del Estado haitiano.
Y cuando proclamó la anexión a España, en 1861, se tornó en el sinónimo del traidor a la patria, al punto que en 1863 se ordenó su fusilamiento a cualquier oficial que lo capturara.
Desterrados
Hasta entonces, la cohesión de la tendencia conservadora en torno al déspota había logrado la alteración de la verdad de los hechos. Como colofón de los debates que siguieron a la ruptura con Haití, Duarte y sus compañeros fueron declarados traidores a la patria en julio de 1844 y, poco después, desterrados a perpetuidad.
Duarte, en particular, fue objeto de la inquina de los conservadores en el poder, quienes lo calificaron de inexperto, ambicioso y un peligro para los destinos de la República, como preámbulo para su olvido.
A diferencia de sus compañeros expulsos, que optaron por retornar al país en 1848 acogiéndose a la amnistía del presidente Manuel Jimenes, Duarte decidió permanecer en Venezuela. Cuando retornó, en 1864, para sumarse a los patriotas en armas contra la Anexión, era un desconocido.
Había surtido efecto la deformación de la historia por parte de los conservadores. El vicepresidente del Gobierno Provisorio, Ulises F. Espaillat, le ordenó que retornara de inmediato a Venezuela en misión diplomática.
Mientras tanto, Francisco del Rosario Sánchez había ganado espontáneamente el sitial de máximo abanderado en el pasado de la causa nacional.
Su martirio en San Juan de la Maguana, en 1861, terminó de catapultarlo, junto al recuerdo tangible de que había encabezado a los patriotas el 27 de febrero y había quedado por el primer día como presidente de la Junta Central Gubernativa.
Si bien la contraposición de Sánchez a Santana representó la perspectiva liberal respecto de la conservadora, se sustentaba en el desconocimiento del dilatado proceso que culminó en la Puerta del Conde la noche del 27 de febrero, con Sánchez a la cabeza.
Manuel Rodríguez Objío, aunque acompañó a Duarte en la expedición desde Venezuela, en sus anotaciones equivalentes a una historia contemporánea en proceso, exaltó a Sánchez como el padre de la patria.
El futuro mártir en la lucha contra la anexión a Estados Unidos en 1871 no hizo una elección personal o caprichosa al enaltecer a Sánchez, sino que recogía una memoria colectiva sustentada en el recuerdo de la noche de proclamación de la República Dominicana y la expedición por Haití que le costó la vida y lo elevó a símbolo de la patria.
Gracias a sus investigaciones históricas, emprendidas a partir de 1865, José Gabriel García, estuvo en condiciones de escudriñar en el proceso que culminó en la proclamación del Estado dominicano.
Fue inevitable que rescatara el papel precursor y protagónico de Duarte.
Cuando Duarte retornó de su viaje a Europa, a inicios de la década de 1830, venía aleccionado por su contacto con los movimientos nacionales y democráticos en países meridionales y orientales de ese continente.
Con su prédica y acción, conformó un núcleo de jóvenes de clase media y de elevado nivel cultural que se imbuyeron del propósito de fundar un Estado plenamente independiente, regido por preceptos democráticos en lo político y lo social.
En ese momento, por efecto de los desenlaces de los procesos previos, existía un vacío completo de inquietudes nacionales.
De manera que Duarte fue el precursor. Inicialmente se proyectó desde la acción cultural, con la fundación de círculos de lectura, a la política, plasmada en la constitución de la sociedad secreta La Trinitaria en 1838.
Coyuntura favorable
Cuando a inicios de 1843 afloró la crisis del Estado haitiano, con la caída del déspota Jean Pierre Boyer, Duarte y sus compañeros tomaron la delantera en la acción. Sin ellos los acontecimientos no hubiesen tomado el rumbo que condujo a la fundación de un Estado plenamente soberano.
Desde la Junta Popular de Santo Domingo, los trinitarios contribuyeron decisivamente a gestar un amplio estado de opinión favorable a que la ruptura con Haití conllevase la fundación de la República Dominicana.
En particular, en esa primera mitad de 1843, los duartistas lograron romper el cascarón de grupo reducido de élite y se nutrieron de un contingente de extracción popular que tuvo por principal adalid a Joaquín Puello.
Sin ese componente el 27 de febrero no hubiera podido producirse con las características que tuvo. Semejante alianza hubiese sido imposible si Duarte no hubiese enunciado sus concepciones democráticas radicales, que incluían la igualdad de todos al margen de las divisiones étnicas provenientes del periodo colonial.
El regreso
— Desde Europa
Los círculos de lectura, los esfuerzos organizativos y la exposición de sus puntos de vista acerca de la igualdad de todos proclamados por Duarte hicieron mucho por el rumbo que tomaron los planes independentistas en 1844.
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